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'Francofonia' - El arca francesa

04 de Junio de 2016 18:10:04 | 797 Lecturas | Via: ElSeptimoarte.com

El corazon de la nacion mas potente del mundo hace tiempo que perdio dicha consideracion. A lo mejor la geografia le sigue dando la razon, pero todo lo concerniente a la economia, demografia, politica... no podia irle mas en contra. La antaño bomba de sangre ahora no se sabe muy bien que es exactamente; mucho menos a que funcion obedece. Simplemente esta ahi. Sigue en pie, que vista la tormenta que cayo, no es poco. Y es que la que en su dia (nos remontamos un siglo en la maquina del tiempo) llegara a ser la ciudad que registrara un mayor ritmo de crecimiento en todo el planeta, ahora conocia la amargura de encabezar la dinamica mas inversa. La culpa, como con otros muchos males de nuestro tiempo, era de la crisis, de su austeridad y de esas angustiosas y renovadas obsesiones por encontrar dinero de donde fuera. Detroit se hundia y si no se hacia nada al respecto, desapareceria, sin siquiera dejar rastro de su existencia... Hasta que a algun iluminado se le ocurrio tomarla con el arte. Bingo, la capital historica del motor habia ido acumulando, a lo largo de los años, un patrimonio que habia llenado, como en pocos otros sitios del mundo, sus museos. Y claro, ¿que se iba a priorizar? ¿Las escuelas? ¿Los hospitales...? ¿O los cuadros?

Pues eso. En uno de los muchos -desesperados- intentos por reanimar la maltrecha salud de la ciudad, el ayuntamiento decidio desprenderse de lo que, a sus ojos, era poco mas que una carga. Un lastre por el que, eso si, se podia sacar una pasta gansa... y asi, hasta que pasara el temporal. Al fin y al cabo, el arte se valora por aquello que los ricachones estan dispuestos a pagar por el, ¿no? Pues... No. Porque de lo que se trata aqui, precisamente, es de saber mirar mas alla de las fronteras en las que se nos ha enseñado a estar; de trascender las convenciones para hacer justicia al propio objeto de estudio. Olvidemonos, pues, de la perversion esa del valor de mercado, y ya puestos, de todos aquellos mecanismos basicos a traves de los cuales, dicen, se puede crear una pelicula. Pongamos que a un loco le da por hacer un largometraje que pasa de la hora y media, y que para ello, tira de un unico plano secuencia. En un un unico (y gigantesco) escenario, con aproximadamente dos mil actores en escena, con tres orquestas tocando en directo y con el peso de mas de mas de trescientos años de historia sobre cada una de las treinta y tres salas en las que se compartimenta ese coloso de San Petersburgo llamado Hermitage.

Denso, ¿no? Bastante, si, pero a la practica, no tanto como cabia temer. Por la comentada secuencialidad en la narracion, que le daba a la propuesta la fluidez que seguramente le faltaba sobre el papel, pero tambien por el sentido que Aleksandr Sokurov (el loco de marras) era capaz de darle al discurso. Para no complicarnos demasiado (que tampoco se trataba de esto), lo que queria 'El arca rusa', que asi se titulaba aquella pelicula, era darle cuerpo al pretexto, hasta convertirlo en el propio mensaje. En otras palabras, la belleza en la(s) forma(s) como la mejor (¿la unica?) manera para homenajear ese templo, patrimonio de la humanidad, en el que converge todo el amor, odio y, en esencia, fascinacion que se puede sentir hacia un pueblo o, ya puestos, hacia una cultura. En aquella ocasion, el protagonista de la historia era un diplomatico frances que miraba a la Madre Rusia entre la sonrisa y el fruncimiento de ceño... En esta, en la que ahora nos ocupa, tenemos a un cineasta ruso encerrado en su despacho, que se debate entre la francofilia y la francofobia, y que esta peleado tanto contra los elementos como contra si mismo, por aquello de acabar de darle forma a un film que, supuestamente, va sobre uno de los mayores monumentos de la nacion (y la historia, claro esta) francesa.

Del Hermitage al Louvre para llegar a 'Francofonia', en la que de nuevo es fundamental distinguir la fachada del interior, por mucho que una nos de pistas sobre el otro... y viceversa. En esta ocasion, el virtuosismo se ha transformado en unas ganas desbocadas por experimentar con cualquier forma y formato. Tanto que a ratos no se sabe si estamos viendo una ficcion documentalizada o un documental ficcionado. Seguramente ambas respuestas sean correctas, y seguramente esto sea cierto por la multiplicidad de caras que adquiere un relato que, no obstante, no se separa ni un milimetro de la linea recta que traza su autor. La recreacion se estira hasta parecer documento historico, como sucede, de hecho, con buena parte del arte expuesto en los pasillos del museo por que el que nos paseamos ahora. Sokurov no duda en meterse en los terrenos de la meta-cinefilia, no por ego (bueno, no solo por esto), sino mas bien para dotar de argumentos y consistencia a un mensaje con el que dificilmente se puede estar en desacuerdo.

Pasado y presente; guerra y paz; nazis y resistentes (y colaboracionistas); republica y tirania; causa y consecuencia convergen cual frentes huracanados para crear una tempestad conceptual brillante en su planteamiento y concepcion (no tanto en la exposicion, muy condicionada por una estetica, ritmo y logica desesperantemente rusas), en cuyo ojo se encuentra, como no, el dichoso museo. Y el expolio convertido a la postre en, quien sabe, la ultima (y quizas unica) salvacion de la humanidad. Podria sonar pretencioso y de hecho asi es, pero si tenemos la decencia de conservar un minimo de la racionalidad que, a lo largo de los siglos, muchos otros decidieron perder, nos daremos cuenta de que esta es la mejor actitud que podemos adoptar ante el -inabarcable- objeto de estudio. Sokurov muestra con ello respeto, valentia y lucidez. Nosotros, despues del empujon que nos da el maestro, deberiamos abrir los ojos (que esto deberia provocar el cine) y reaccionar. Para empezar, mientras escribo estas lineas, Paris esta bajo la amenaza de una crecida extraordinaria del rio Sena, y no puedo evitar estremecerme ante la noticia de que las autoridades estan evacuando, a toda prisa, ciertas obras a las que, ahora mismo, ni el Louvre puede proteger. Es un principio, ¿no?

Nota: 6 / 10

por Victor Esquirol Molinas
@VctorEsquirol



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